Mara
empezó su jornada de trabajo muy temprano, tenia por delante un día de limpieza
y de retirar cosas. Aunque ella no sospechaba lo que el destino le deparaba.
El
trabajo avanzaba y estaba contenta, de repente se le cayó una figura de
porcelana y se hizo añicos.
Paso
del disgusto a una llorera desconsolada, nada, ni nadie la calmaba, se dio
cuenta que no lloraba por la figura.
La
figura solo fue el instrumento que catalizo que la ayudo a reconocer que estaba
llorando por las perdida de su vida.
Eran
muchas, y sí, las había llorado en otros momentos esa mismas perdidas.
No como
ahora con plena consciencia dándose cuenta de que no lloraba simplemente por
las perdidas, sino que lloraba por ella, por su desolación, por su soledad, por
su abandono, porque estaba perdida, se había perdido en un mar inhóspito, y
bravo, porque estaba a oscuras y no veía la luz, porque no sabia por donde
salir.
Con
toda su congoja y desamparo, de repente se dio cuenta que su llanto nada iba a
cambiar, y que allí solo había una niñas muy asustada que solo le pedía que la
escuchase, que la entendiese, que la abrazase, necesita sentirse segura, a
salvo de la malvada o de lo malvado, a salvo, con cariño, con ternura.
La
abrazo, la consoló, se enjuagaron las lagrimas juntas y empezaron a deshacerse
de lo viejo, de lo formal, de lo rígido, de lo estrecho y apretado o
encorsetado.
Así
Mara limpio, tiro viejas ataduras, y retomo su rumbo cogiendo de la mano a su
bella y linda niñas y salieron a disfrutar de un helado, de el sol, de la lluvia,
del charco, de todos los placeres de la vida, de risas, de los juegos….
Expresaron vivieron y viven en paz y armonía.
Texto original de: Mª Asun Contreras